El empresario
- TurHistoreAndo
- 19 ago 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 6 sept 2019
Por fuera parece una villa toscana, con su vasto parque erizado de arboledas y estatuas de deidades grecorromanas. Por dentro es el sueño de un anticuario. Sse multiplican en espejos de marcos tallados y dorados a la hoja.
Antes de cumplir los 18 años ya era patrón de una pulpería. Luego se dedicó a comprar leguas y más leguas de campo, y no paró hasta adueñarse de medio Entre Ríos.
Tantos calificativos le caben a Urquiza, como todo su legado. Sin ninguna duda que el hombre más relevante de la provincia de Entre Ríos en el sigo XIX, era acreedor de una impresionante fortuna gracias a sus prósperos negocios.
En 1847 a orillas del Arroyo de la China, muy cerca de Concepción del Uruguay el caudillo invierte su dinero en un notable palacio al que llamó "Santa Cándida" en honor a su madre, Candida García.

Fue el edificio principal de un conjunto que incluyó al saladero más importante de la provincia de Entre Ríos.
Proyectado por Pedro Fosatti (uno de los autores del Palacio San José) bajo los principios del Neoclásico académico, el saladero dio trabajo a más de 300 personas. Las instalaciones estaban construidas sobre una barranca. Desde allí hasta el muelle se formaba una costa cenagosa cubierta de pastizales. A fin de facilitar el embarque de la mercadería.
Las instalaciones contaban con grandes galpones destinados a: grasería, salazón de carne, lavado y salazón de cuero, depósito de sal, depósito de grasa, tonelería y carpintería (para la fabricación de pipas y toneles para envasar grasa y sebo), curtiduría, grandes corrales, además de viviendas para empleados, cocina, panadería y pulpería.
Lejos de la tipología de la “casa de patios” que imperaba por entonces, Fossati construyó un edificio de tres niveles: en la planta baja se ubicaron la recepción y la administración de la finca; en el primer piso, los dormitorios y en la terraza se incluyó un mirador con linterna, de planta octagonal, desde donde se podían atisbar los movimientos de las embarcaciones en el río Uruguay.

El saladero llegó a faenar más de cincuenta mil animales por año, lo que implicaba un movimiento de capital holgadamente superior al presupuesto entrerriano de entonces.
Como ya es sabido, una partida revolucionaria lo asesinó, el 11 de abril de 1870, en el Palacio San José. Dolores Costa, su viuda, decide vender el edificio a los hermanos Unzue, poderosos hacendados de Buenos Aires.
En 1920, el casco quedó en manos de Adela Unzué y Antonio Leloir. El matrimonio, haciendo gala de un gusto exquisito, transformó la despojada administración del saladero en una villa toscana. Encargaron al arquitecto Ángel León Gallardo y al paisajista suizo Emil Bruder el diseño de un jardín simétrico, engalanado con figuras helénicas, que realzara la mansión. Y se largaron a la caza de paqueterías en las subastas de París.
Regresaron con vajilla de Napoleón I, efigies de Madame Pompadour, dos espejos cornucopias de más de tres metros de alto -que habían pertenecido a la actriz Sarah Bernhardt-, verjas venecianas, gobelinos españoles, arañas tipo Imperio y un refinado mobiliario. Además, rescataron los pisos de mármol del primer Colegio Nacional de Buenos Aires, recientemente demolido, para el comedor. Con el tiempo, el Palacio Santa Cándida volvió a manos de un Urquiza: Francisco Sáenz Valiente, nieto del vencedor de Caseros. Después fue declarado Monumento Histórico Nacional.

Hoy, Santa Cándida funciona como establecimiento del lujo del turismo campestre y conserva un parque de 40 hectáreas.
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